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Los lugares que inspiran historias que contar, sabores que experimentar y viceversa.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

la hora del crepúsculo

Al ponerse el sol sobre el mar, inesperadamente, vimos el rayo verde. Era la primera vez y algo dentro de mí me decía que a partir de ese momento iba a poder disfrutar de esa ceremonia en algunas ocasiones más.

Fue en La Palma, junto a las salinas de Fuencaliente, una atardecer de verano. Habíamos estado nadando en el Atlántico, entre las rocas, todo el día. Allí hay un lugar único donde puede verse un camino en el mar. Se forma justo en el lugar donde se unen dos corrientes diferentes, la que viene del este y la que viene del oeste, y nace en la punta sur de la isla hasta perderse en el horizonte.

Pareciera que hay allí dos océanos diferentes que, por alguna razón oculta y misteriosa, no quisieran mezclarse, mostrando a todos su fuerza al mantener ese pulso imposible eternamente.

La inmensa energía de los volcanes, el extraordinario magnetismo de las profundidades de la Tierra, también puede sentirse plenamente allí. Fuego, océano y el cielo se unen para recordarte que sólo a veces, cuando ellos lo dispongan, te concederán la capacidad de sentir plenamente, como nunca antes lo has hecho, el don de la inmortalidad.

El capricho de la naturaleza, que nos dejó sin palabras y sin aliento durante unos minutos, marcó esos días largos, tanto como el camino que se perdía en la superficie infinita del mar.

Después del rayo verde llegó la oscuridad. La noche en La Palma, llena de estrellas, era menos noche que en otros lugares.

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